INTRODUCCIÓN: EL LIBREPENSAMIENTO Y LAS LIBREPENSADORAS


  INTRODUCCIÓN

                                               

Ante el gran desconocimiento que existe, en el  público en general, sobre el término «librepensamiento» o «librepensador/a», quizá no esté de más aclarar algunos conceptos, sin pretender de ninguna manera caer en la aridez de la erudición.

Un poco de historia    


Nacido en Francia al calor de la Revolución Francesa (1789) y de los Enciclopedistas franceses Diderot y D’Alembert, el librepensamiento puede considerarse una corriente filosófica hija de la Ilustración y de la Razón. El filósofo Voltaire hizo, además, de este concepto uno de los ejes de su pensamiento y de su literatura (ver Nota 1).  

                                                                                                                                                                                                                        En España aparecerá este movimiento con la Revolución Gloriosa  de septiembre de 1868, momento a partir del cual se comenzará a hablar del librepensamiento como uno de los derechos que la nueva Constitución debía garantizar, junto a los de reunión y asociación (2). Con esta acepción se mencionaba en la prensa de estas décadas del siglo XIX, es decir, como sinónimo de libertad de imprenta o libertad de expresión: librepensamiento y prensa libre eran los dos objetivos que se querían conseguir.   

                                                                                               
    En febrero de 1869 ya estaba recién constituida la Asociación Librepensadora de Madrid y tenía su local provisional en el diario La Igualdad, animando desde aquí a los librepensadores «de provincias» a interesarse por el proyecto. Además, en este año de 1869 se publicaba en Gracia (Barcelona) la revista El Librepensador, y en Madrid apareció La Libertad de Pensamiento, órgano de la Gran Asociación Española de Librepensadores (3).   
    El primer congreso o reunión internacional de librepensadores tuvo lugar el 8 de diciembre de 1869 en Nápoles, coincidiendo, y como contrapartida, con la apertura del Concilio Ecuménico que el papa Pio IX convocó por vez primera en la Ciudad del Vaticano (I Concilio Vaticano). Este Concilio, que condenaría el Racionalismo, el Naturalismo y el Modernismo, se retrasó unas semanas por la entrada de Garibaldi en  Roma en el mes de septiembre. El propio Giuseppe Garibaldi envió una carta de adhesión y apoyo al Congreso Librepensador. Solo tengo constancia de la asistencia como delegado del republicano federal Suñer  Capdevila, que había sido alcalde de Barcelona en enero de 1969, y desde febrero del mismo año diputado a Cortes por Girona.  
    Como consecuencia del llamamiento hecho a otras provincias y ciudades, en Barcelona se formó la Asociación Librepensadora que ya anunciaba su fase de constitución en enero de 1870. Poco después se hicieron famosos los actos que realizaban los domingos por la mañana, en su salón de la céntrica calle de la Canuda 31, las «Dominicales» o sesiones matutinas libres y abiertas a la ciudadanía, llamados «de controversia» o debate sobre los principios librepensadores (4). El 31 de diciembre de 1870 este grupo se consolidaba con  la publicación en Barcelona del diario semanal La Humanidad, órgano de la mencionada Asociación Libre-pensadora de Barcelona.   El lema del diario que se mostraba en la cabecera era «Ciencia-Moralidad-Justicia», donde resumían su concepción del librepensamiento.
    Para corroborar la heterogeneidad de este nuevo movimiento, en mayo de 1879 verá la luz en Barcelona, nunca mejor dicho, una nueva revista librepensadora llamada La Luz del Porvenir, dirigida por la sevillana Amalia Domingo Soler, de clara tendencia espiritista, pero que abanderaba el librepensamiento como su principal herramienta para llegar a Dios a través de la Ciencia y la Razón, sin fanatismos. Según la revista, no creían en el Dios del exterminio y el castigo, sino en el Dios de las maravillas de la Creación, de la Naturaleza, a la que consideraban el «álbum de Dios». Esta cabecera fue suspendida durante seis meses por orden gubernativa (aunque sustituido por El Eco de la Verdad), demostrando con ello que el catolicismo era la religión oficial del estado donde reinaba Alfonso XII.
    Pero algo iba a cambiar. El 8 de febrero de 1881 comenzó el primer gobierno del Partido Liberal de Sagasta, llegando a España ciertos derechos y libertades hasta entonces negadas. Este hecho provocó el resurgimiento del movimiento librepensador bajo la «turnista» monarquía borbónica. Por eso, en abril de 1881 apareció en Madrid El Motín dirigido por José Nakens, un medio que no se declaraba librepensador, pero sí anticlerical, por lo que esta revista en realidad iba dirigida a un mismo público, y así será considerada y en ella colaborarán muchos autores librepensadores.    
    Este anticlericalismo se afianzará en la asociación que aparecerá, nuevamente, en Barcelona  en agosto de 1882 y que se llamará «Liga Universal Anticlerical de librepensadores», que al año siguiente se dividió en otras asociaciones, y que no tuvo mucha continuidad.
    Es lo contrario de lo que pasó con el semanario que se publicó poco después en Madrid, en febrero de 1883, Las Dominicales del Librepensamiento, y que, dirigido por los conocidos republicanos y masones Ramón Chíes y Fernando Lozano, se convertirá en el principal órgano de esta corriente de pensamiento. Con la nueva revista, el librepensamiento en España tomará carta de naturaleza y se difundirá popular y teóricamente hasta límites nunca antes conocido.
                                                                                            

   ¿Qué es el librepensamiento?



El librepensamiento no es concepto único y homogéneo. Todo lo contrario. Desde el principio se evidenciaron aristas o enfoques diferentes que tenían que ver con la política, el ateísmo o el espiritismo.  También tiene que ver que a él se hayan acercado figuras de diferentes corrientes ideológicas, incluidas las anarquistas o libertarias, en un «totum revolutum»  que fue difícil de mantener cohesionado.
   Aunque en 1880 se fundó en Bruselas (Bélgica) la Federación Internacional del Librepensamiento, ciudad donde estableció su sede el Consejo General de la misma, organizando desde 1881 varios Congresos internacionales en París, Londres, Ámsterdam y Amberes, el primer gran Congreso que se propuso unificar criterios y actuaciones fue el celebrado en París del 15 al 22 de septiembre de 1889, en el que se llegó, después de grandes discusiones, a una definición de consenso:

    El librepensamiento es una coalición de elementos filosóficos racionalistas, contrarios a las religiones positivas, enemigos del clericalismo, que afirman el laicismo de la vida, como medio necesario, y el método de observación, como procedimiento de estudio (5).

    Estos serán, por tanto, elementos destacados de la identidad librepensadora: el laicismo en la vida y en la educación, en lucha constante contra el fanatismo religioso, es decir, el anticlericalismo, y el racionalismo o la defensa de la ciencia y la verdad científica. Este era el lema de otra publicación librepensadora de renombre, La Conciencia Libre, publicada por Belén Sárraga en Barcelona en junio de 1896: ¡Guerra a la hipocresía y a la ignorancia! ¡Paso a la ciencia y a la verdad!      
    Pero aún hay un rasgo importante que se impuso en el librepensamiento en el estado español con la irrupción de Las Dominicales.  El profesor Álvarez Lázaro (6) expone muy bien cómo, frente al «apoliticismo» de otras tendencias librepensadoras, que lo querían circunscribir al ámbito filosófico y laico, los directores de Las Dominicales añadieron desde el primer ejemplar una característica nueva: su librepensamiento era republicano.
      Fernando Lozano, Demófilo, no ocultaba en abril de 1883 que es imposible separar la idea de la libertad religiosa de la libertad política, la libertad de pensamiento de la República.
                 
     Y su amigo y codirector de la revista, Ramón Chíes, escribía en diciembre de ese año que el librepensamiento, tal como lo entendían, comprendía dos términos que se oponía a una «fórmula caduca y agotada»: República, opuesta a la Monarquía, y Libre Examen, opuesta al catolicismo o verdad revelada e impuesta.  Es decir, el librepensamiento de Las Dominicales se basaba en sus ideas antimonárquicas y anticatólicas; la República, basada en el consentimiento, la confianza y el amor, era la «solución política del librepensamiento».  Y en el plano religioso dejaba sentada su visión de la religiosidad, dando cabida tanto a espiritistas como a teósofos, o cualquier otra religión cristiana no católica: «cualquiera que sea el modo con el que el librepensador imagina la Divinidad, obligatoriamente ésta habrá de ser, no como el dios católico, cruel y vengativo, celoso y duro, sino dulce, amable, atractivo, padre cariñoso de todos los hombres».
    Para Las Dominicales, los librepensadores, como ellos, aceptaban tanto a los espiritistas como a los ateos, porque su religión era la Ciencia, y su iglesia era el Universo, y bajo ese paraguas de razón y verdad cabían todas las creencias. Por cierto, los espiritistas tampoco constituían una corriente homogénea, y los que decían ser librepensadores se situaban en un espiritismo «científico y progresista».
    Este concepción del librepensamiento no  era compartida por todas las tendencias, pero sí fue la dominante y consiguió atraer, como enseguida veremos, a las mujeres librepensadoras más influyentes, pues a su ideal igualitario de República y Laicismo unieron el de la Defensa de los derechos de la mujer, y en Las Dominicales siempre hubo desde el principio un espacio reservado, muchas veces preferente, para la mujer.        


Librepensadoras
                              

El profesor Pedro Álvarez Lázaro (1996) nombra como las representantes del librepensamiento femenino a Rosario de Acuña, Amalia Carvia, Belén Sárraga, Amalia Domingo Soler y Ángeles López de Ayala. Estas cinco mujeres son, desde luego, indiscutibles. Pero quizá haya que añadir algunas más si definimos primero el criterio de inclusión en nuestra lista de librepensadoras.                                                                         
    Llamaré «Librepensadoras», en primer lugar, a aquellas mujeres que escribieron con cierta frecuencia en Las Dominicales del Libre Pensamiento, después de que Rosario de Acuña se adhiriera a la revista.  Su carta de adhesión se publicó en Las Dominicales en diciembre de 1884, provocando que en las semanas siguientes cientos de mujeres escribieran para adherirse al semanario librepensador y a su figura, y que algunas comenzaran a escribir con cierta regularidad. La propia Rosario las llamó «las mujeres de las Dominicales», como también hizo Amalia Carvia en 1901 al saludar a la revista tras casi un año sin publicarse (7).  Por este motivo, y porque las demás le cedieron también este lugar de honor, considero a Rosario de Acuña como la primera y más importante mujer de la «República de las librepensadoras», término que con tanta fortuna acuñó la profesora  María Dolores Ramos (8).        
    Por esta primera condición, además de Rosario y Amalia Carvia, la autora que más escritos vio publicados en Las Dominicales después de ella,  habría que incluir a Ángeles López de Ayala, Dolores Navas, Amalia Domingo Soler, Luisa Cervera,  Soledad Areales (Una Andaluza) o Sixta Carrasco Puente, maestra laica y presidenta de la desconocida «Unión de Mujeres Españolas» (Madrid) en 1903.
    En segundo lugar, deberían considerarse librepensadoras aquellas mujeres que escribieron en La Conciencia Libre como redactoras en alguna de sus dos épocas (1896-1905), y aquí estarían la propia directora Belén Sárraga, además de, nuevamente, Ángeles López de Ayala, Soledad Areales y Amalia Carvia, a las que añadiríamos María Trulls, Violeta (Consuelo Álvarez Pool), María Marín, Pilar Cañamaque y la gibraltareña Eugenia N. Estopa (9)). De Victorina del Mar, que era un seudónimo, no tengo ninguna referencia personal.
    En tercer lugar, y como sería lógico, son librepensadoras aquellas mujeres que pertenecieron de forma activa y destacada a algún Círculo, Sociedad o Centro Librepensador, o acudieron como delegadas  a Congresos Internacionales librepensadores. En este apartado otra vez estarían Amalia Domingo Soler, Amalia Carvia, Ángeles López de Ayala, Belén Sárraga y más tardíamente María Marín, añadiendo en este apartado, y por derecho propio, a Dolores Zea.  
    Para la inclusión en esta categoría no he tenido en cuenta a las mujeres que ingresaron en la masonería, pertenecieron a un Centro espiritista o escribieron en revistas señaladas sobre esta temática, que son decenas, aunque muchas de las citadas anteriormente se afiliaron un tiempo a alguna logia masónica o se acercaron a las ideas teósofas y espiritistas. Es más, algunas fueron unas indiscutibles referentes en la masonería femenina, como Dolores Navas Delgado  (simbólico de «Astrea» en la Logia de Córdoba Estrella Flamígera), Luisa Cervera (simbólico «Antígona» en la Logia de Valencia Hijas de la Acacia), Ángeles López de Ayala (simbólico «Justicia» en la Logia Constancia de Barcelona), Dolores Zea Urbano (simbólico  «Esperanza» en la Logia de Málaga Nueva Bética y Constancia de Barcelona), o las hermanas Amalia y Ana Carvia Bernal (simbólicos de «Piedad» y «Verdad», en las logias Regeneración y Las Hijas de la Regeneración), entre otras.     
    Por último, aunque la inmensa mayoría de todas las librepensadoras mencionadas fueron defensoras de los derechos de la mujer y pertenecen a las pioneras feministas del estado español, tampoco será este el elemento definitorio para incluirlas entre las librepensadoras, pues muchas de las mujeres que formaron parte de las directivas de la Asociación General Femenina (Valencia) o la Sociedad Progresiva Femenina (Barcelona), por poner ejemplos conocidos, nunca destacaron en el campo del librepensamiento por causas diversas. Si bien es cierto que los orígenes del feminismo en el estado español, en cuanto mujeres organizadas y autónomas, hay que buscarlos en el campo del republicanismo federal durante el Sexenio Democrático y en el obrerismo anarquista de finales de siglo XIX, destacando, por ejemplo, la Sociedad republicana federal «Mariana Pineda» (Cádiz) presidida por Guillermina Rojas (1869) y la Sociedad Autónoma de Trabajadoras (Barcelona) impulsada por Teresa Claramunt en marzo de 1891; también lo es que, a continuación, las librepensadoras como Amalia Domingo Soler, Belén Sárraga y Ángeles López de Ayala, y algo después las hermanas Carvia, continuaron y extendieron el ideal feminista hasta la llegada de la Segunda República.
    Se puede concluir que es, más bien, una confluencia de varios de estos factores lo que definiría el anguloso y poliédrico concepto de librepensadora, de tal forma que casi todas las destacadas autoras que hasta ahora se han mencionado fueron feministas, masonas y/o espiritistas en algún momento de su vida.  
    En cuanto a su militancia o ideología republicana, no hace falta decir que  todas, en mayor o menor medida lo fueron, afiliándose o simpatizando con diversas tendencias, e incluso pasando de una a otra en la complicada y tambaleante vida del republicanismo en el estado español. El caso más claro, y quizá llamativo, será el de la gaditana María Marín, que pasó de la Unión Republicana al Partido Republicano Federal y terminó en el Partido  Radical de Lerroux, tras un breve paso por el Partido de Unión Republicana Autonomista (Valencia) fundado por Blasco Ibáñez. También hay que destacar que tres de ellas, que tuvieron la fortuna de vivir la Segunda República, como Belén Sárraga, Sixta Carrasco y Amalia Carvia fueron propuestas para un reconocimiento institucional como «veteranas luchadoras republicanas», aunque finalmente solo Amalia Carvia obtuvo la distinción de ingresar en la Orden de la República en 1934.
    Por último, la mayoría de las librepensadoras, por definición, eran anticlericales y combatieron el fanatismo religioso con la pluma en numerosas publicaciones pero, sobre todo, su defensa del laicismo  lo fundieron con su protofeminismo, y desde un primer momento su bandera fue la apertura de escuelas laicas para niñas y adultas, principalmente  sin recursos y obreras de los barrios donde instalaron sus sociedades. Casi todas fueron profesoras laicas, bien como maestras «libres» o particulares en sus propias casas, o como maestras «asalariadas» (es un decir) en casinos republicanos o centros librepensadores y feministas. Son conocidas, por ejemplo, las escuelas laicas que establecieron la  Unión Femenina de Huelva, el Círculo Librepensador de Cádiz, la Asociación General Femenina en Valencia y la Sociedad Progresiva Femenina en Barcelona y Málaga, o el convenio que suscribió la Sociedad Autónoma de Mujeres (Barcelona) para que sus afiliadas obreras pudieran acudir a la escuela laica de la espiritista Antonia Amat en la sociedad «Fomento de la Instrucción Libre».
    Por tanto,  y como resumen, las más destacadas librepensadoras del estado español fueron feministas, republicanas, masonas, espiritistas y  defensoras de la escuela laica. 

 

[Texto tomado del libro «Dolores Zea y otras mujeres en los márgenes del librepensamiento» (2020), de Manuel Almisas Albéndiz. Ediciones Suroeste, El Puerto (Cádiz).]

 

 NOTAS

1.- Albert Palà Moncusí. El lliure pensament a Catalunya(1868 -1923): cultures, identitats i militàncies anticlericals en transformació. Tesis de la Universitat de Barcelona, 2015. Disponible en:http://diposit.ub.edu/dspace/bitstream/2445/69687/1/APM_TESI.pdf

2.- La Igualdad-Madrid, 22 de mayo de 1869.

3.- En Pedro F. Alvarez Lázaro (Ed.). Librepensamiento y secularización en la Europa Contemporánea. UPCO, Madrid, 1996.

4.- Crónica de Cataluña, Junio de 1870.

5.-  Las Dominicales del Librepensamiento, 5 de octubre de 1889.

6.- Pedro Álvarez Lázaro. Conceptos de librepensamiento: aproximación histórica. Areas Revista Internacional de Ciencias Sociales n.º 6 (1986), págs. 75-83, Servicio de publicaciones de la Universidad de Murcia.

7.- «Salutación», en Las Dominicales de 29 de marzo de 1901.

8.- M.ª Dolores Ramos. La República de las librepensadoras (1890-1941). Laicismo, emancipismo y anticlericalismo. Ayer 60/2005 (4): 45-74. 

9.- Eugenia N. Estopa Fernández (Gibraltar, 1859-Gibraltar, 1899) fue una conocida poetisa espiritista y librepensadora, hija de padres andaluces afincados en la «Roca», que colaboró en su corta vida en La Luz del Porvenir (Barcelona) y en la primera época de La Conciencia Libre (Barcelona-Valencia).



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